6 de diciembre de 2013

La gran mentira de la grasa: hemos sido engañados.

Asúmelo, aunque sea difícil: nos han mentido.

En anteriores artículos hemos mencionado a las grasas como la fuente de energía primaria en cualquier dieta saludable, y en los carbohidratos en exceso como el elemento a evitar. Sin embargo, la pirámide alimenticia común y las instituciones dietéticas que la promocionan nos dicen todo lo contrario.

Mientras los autores que apuntaban a los hidratos de carbono como causa principal de la obesidad eran ignorados, durante los años 50 un movimiento en contra de la grasa empezó a gestarse, culminando en los estudios de Ancel Keys. Sin embargo, hoy en día sabemos que estudios como el de los Siete Países contenían información sesgada y cuestionable. La relación entre grasas y enfermedad del corazón es, hoy en día, una creencia del pasado.
  • 1953: Ancel Keys publica un estudio demostrando la relación entre consumo de grasas y enfermedad coronaria a través de seis países. 
  • 1970; Keys publica el estudio de los Siete Países, concluyendo que las diferencias a nivel nacional en el consumo de grasa explican las diferencias en las tasas de enfermedad coronaria.
  • 1997: Keys declara que no existe relación entre los lípidos ingeridos en la dieta y los lípidos presentes en la circulación sanguínea. 

La ciencia nutricional ha dado pistas erróneas y no hemos sido lo suficientemente listos como para corregirlas rápidamente. El motivo de esta debacle alimentaria es mucho más simple:
Desde hace varias décadas se ha pensado que el exceso de proteínas produce daño a los riñones y el hígado, mientras que el exceso de grasas produce problemas de corazón, hipertensión y colesterol. ¿Qué es lo que nos queda? ¡Carbohidratos! La industria alimentaria ha visto en esto un filón a través del cual ganar mucho, muchísimo dinero. Los hidratos de carbono son fáciles de producir en masa y resultan muy baratos. 

Si a ello le sumamos el subidón energético producido por la ingesta de carbohidratos, tenemos la fórmula del desastre. Consumir hidratos de carbono produce una segregación temporal de serotonina, hormona que nos hace sentir felices de forma automática. Y claro, eso engancha (Estudio). Las personas con trastornos de ansiedad o depresión, se sienten temporalmente felices al consumir azúcares. El bajón posterior lleva a buscar de nuevo la felicidad en el consumo de azúcar, y ahí es cuando empiezan a desarrollarse trastornos alimentarios. 

Ahora, piensa en la enorme cantidad de azúcares con la que se alimenta a un niño pequeño, y relaciónalo con su peso y altura. Es, literalmente, una barbaridad. Crecemos para ser adictos al azúcar.


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