17 de diciembre de 2014

El egoísmo de tu médico: así curó Jay Wortman su diabetes tipo 2

Probablemente, has ido a ver a tu endocrino. Probablemente, le has comentado la idea de seguir una dieta baja en carbohidratos. Y probablemente, te ha hablado de que vas a ir al infierno si lo haces. Para algunas personas, el hecho de que la ciencia clarifique a través de miles de estudios lo que es mejor para tu salud, tiene menos valor que lo que han aprendido como principios irrefutables en la educación que recibieron hace treinta años. Que tu abuela diga que comerte la yema del huevo es malo, tiene paso. Pero que te lo diga tu médico de confianza, duele.

A pesar de todo, no hay por qué desesperar. Aquello que muchos profesionales recomiendan a ciegas, se aplica de manera inversa cuando la afección por la que tratan a sus pacientes comienza a afectarles también a ellos.


Jay Wortman es un médico estadounidense y reconocido promotor de las dietas bajas en carbohidratos. Podemos ver su nombre en multitud de estudios y artículos dedicados a probar la validez de este tipo de regímenes, y fue uno de los médicos encargados de diseñar el plan alimenticio del documental My Big Fat Diet, en el que mejoró la calidad de vida de toda una población gracias a una dieta libre de azúcares. Pero hace mucho tiempo, Jay Wortman fue uno de aquellos médicos dedicados a prescribir sin miramientos dietas totalmente opuestas a lo que ahora promociona.

En esta entrevista, él mismo cuenta cómo comenzó a desarrollar diabetes tipo 2:



Debido a su estresante ritmo de vida, motivado por su trabajo como médico, comenzó a sentir cómo su vista se nublaba a menudo. Más tarde llegaría la necesidad de orinar constantemente, junto a una insufrible sed. Después de un tiempo de negación, comprobó que su glucosa en sangre era demasiado alta. Efectivamente, sufría diabetes tipo 2. Para no cortar el desarrollo de su trabajo y evitar la toma de medicación, decidió eliminar los carbohidratos de su dieta. Durante unas semanas, se dedicó a comer carne, pescado, verduras, huevos, nata, mantequilla...pronto se comenzó a encontrar con mayor energía, y lo más sorprendente es que su glucosa había vuelto a niveles normales, casi a los propios de una persona sin la enfermedad.

Lo más curioso de todo el asunto es que el doctor Wortman no tenía ni idea de que una dieta parecida a la que ahora él llevaba ya existía. Su mujer, sorprendida por los cambios en su estilo de vida, recordó que había una dieta similar a la suya: la dieta Atkins. Sin embargo, Atkins ya había sido ninguneado en el pasado por sus compañeros de profesión, acusado de no conocer los efectos a largo plazo de un régimen aparentemente tan radical.

A los meses de abandonar los carbohidratos, Wortman decidió hacerse una analítica. La fiesta se ha acabado, pensó. Lo cierto es que los resultados demostraron que se encontraba en el mejor estado de salud de toda su vida. Había perdido peso, su glucosa se había normalizado, tenía el colesterol a raya, sus triglicéridos habían bajado y su presión arterial estaba en niveles normales. Desde entonces, Wortman se dedicó a investigar sobre las dietas bajas en hidratos de carbono, promocionando su uso a través de todos los medios al alcance de su mano.

Ahora, imaginemos a Wortman antes de su diagnóstico, recibiendo pacientes en su consulta. Imaginémosle cargando con medicamentos a sus pacientes de diabetes tipo 2, obligándoles a llevar dietas altas en carbohidratos. Manteniéndoles en una calidad de vida paupérrima, en lugar de hacerles perder peso para normalizar su glucosa. Preparándoles para un futuro sin remedio, lleno de complicaciones.

Y es que resulta que, cuando la enfermedad le tocó a él, hizo lo imposible para no recibir medicación. Y para ello, llevó a cabo lo lógico: limitar la ingesta de carbohidratos, el principal agente que provoca que nuestra glucosa se dispare. Wortman se dispuso a utilizar su alimentación como medicina, en lugar de resignarse a una vida cargada de insulina y antidiabéticos orales. Algunos de nuestros médicos, o muchos de nuestros familiares, experimentan una fuerte incapacidad para sentir aquello que los enfermos de diabetes sienten, porque el dolor de la enfermedad no recae suficientemente en sus vidas. Por eso son proclives a acomodarse en ideas anticuadas, en remedios de botica.

Una de los aspectos más tristes de este tipo de casos recae en un aspecto básico de la naturaleza humana. No tomamos parte activa en nuestra salud hasta que estamos enfermos. Sólo somos capaces de movernos hacia un estilo de vida más sano cuando hemos tomado decisiones que nos han llevado a un daño irreversible. Pero al final, la ciencia dicta sentencia. La ciencia es el mejor médico, porque nos muestra la verdad. Ojalá que, en el futuro, la ciencia dirija a muchas más personas hacia un estilo de vida sano que la enfermedad. No dejemos que nos pille el toro, como a Jay Wortman.

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